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martes, 17 de diciembre de 2013

"La carne es una mentira".A dos teclados, con Ana Maria Aboglio



                                      LA CARNE ES UNA MENTIRA
                                               A dos teclados, entrevista con Ana Maria Aboglio

(Versión en pdf para descargar: http://www.sendspace.com/file/i7fr7c )

Fundadora de la asociación por los Derechos Animales ÁNIMA, en Argentina, la Dra. en Derecho Ana María Aboglio centra su trabajo en la ética y la filosofía de los derechos de los no-humanos. Autora de varios libros de ensayo y narrativa al respecto, participa al mismo tiempo en numerosos seminarios, paneles de discusión y encuentros acerca de las bases y las estrategias de la reivindicación animalista, la voz de los sin voz.



Xavier Bayle: El dogma que supedita los intereses del animal humano a los del animal no humano ha sido sólo posible dividiendo ambos mundos. Eso podria ser justificable si viviéramos en dos planetas diferentes, con diferentes biocondiciones y fisiologías adaptadas a ellas, pero no es así. Sin embargo la linea divisoria que decidimos trazar entre ¨ellos¨ y “nosotras¨ nos permite utilizarlos mediante normativas llamadas erróneamente ¨derechos animales¨ y que no son más que derechos humanos, dirigidos a satisfacer nuestras conciencias. Contra ese dogma y para cohesionar nuestra emparentación empleas a menudo la palabra Humanimalidad. ¿Cuáles crees que son los motivos que generaron dicho dogma? ¿Podrías enunciar al menos los más importantes?

Ana María Aboglio: Cuando hay un “otro ahí adentro”, me cuesta imaginar un caso donde pueda justificarse la apropiación servil destinada a satisfacer los propios intereses. La cuestión se magnifica al constatar que no solo se supeditan los intereses fundamentales de los otros animales a los de los animales humanos en caso de conflicto de intereses, sino que son desestimados como norma. La excepción se permitirá, si es conveniente, siempre que se asegure su permanencia  en la morada de inferioridad que les hemos construido para someterlos. 


El término humanimalidad lo tomo de Carrie Packwood Freeman, quien lo propicia en Embracing Humanimality, justamente para rescatar nuestra pertenencia a la animalidad, deconstruyendo la dicotomía humano/animal. Tiene un tono fuerte, como un recordatorio. Une lo inseparable, alerta por sí mismo, renuncia a la división… Me recuerda mi andar en el activismo que, pensando en Derrida, diría que hago a paso de loba, “…como una especie de fractura inaparente, sin espectáculo, cuasi secreta, clandestina, una entrada que hace lo que sea para pasar desapercibida y, sobre todo, para no dejarse detener, interceptar, interrumpir.

 En mi opinión, dado que el uso de los otros animales es consecuencia de la dominación atroz que les imponemos, los motivos de fondo que generaron ese dogma exceden el llamado especismo. El dominio de los “salvajes” se ha hecho sobre el Otro, el diferente, especialmente cuando impide o paraliza las voluntades/deseos propios, sean animales no humanos o humanos. Es en esta zona donde lo salvaje se elimina si molesta o, en su caso, se doblega para dar paso a lo domesticado/civilizado. O sea, lo desaparecido como tal, para producir su alejamiento de la naturaleza/barbarie. Suele integrar un esquema donde también la vida no sintiente carece de valor por sí misma: un árbol sirve como medio para un fin humano, sea sombra, paisaje o madera, ni siquiera es el hogar que pertenece a otros animales. 

Entiendo que ese dogma, si bien está arraigado en prejuicios individuales, está sostenido desde lo institucional a través de una violencia que se imparte invisibilizada o disimulada a través de la globalización del uso de los otros animales. Y que su origen forma un entramado de poder y dominio de humanos sobre esos humanos a quienes se tildaron sistemáticamente de inferiores para someterlos o eliminarlos, con el objetivo de apropiarse de sus tierras y recursos.

La identidad, la individualidad, la personalidad caracteristica, convierten a las humanas en personas. Dichos rasgos los poseen -hasta lo que sabemos- muchas otras especies. Los animales no humanos son personas en el plano neurológico y debieran serlo en el jurídico, precisamente con objeto de protegerlos. 

La otra mirada que propongo para llegar al individuo tiene diferentes facetas conjugadas  alrededor de lo sensible no solo en el animal sino como espacio nacido entre realidad y fenómeno. No es un simple mirar: comienza con la observación, que es una mirada cargada del marco teórico apto para despertar la empatía.

Los derechos de los animales no humanos son una deuda que tenemos con la evolución de la ética, y me atrevería a decir la más importante, dado que las niñas, las mujeres, las homosexuales, las migrantes, las pobres, las refugiadas... y en definitiva las personas marginadas poseen dichos derechos fundamentales (aunque lamentablemente en muchas ocasiones suelan no aplicarse). Sin embargo para la mayoria de los animales no humanos se aplica el derecho a un ¨trato humanitario¨ (que regula tambien su explotación y muerte). ¿Qué otros argumentos podemos presentar para defender la idea del derecho del animal no humano?

Efectivamente, los derechos de las minorías se han ido afianzando como luchas sectoriales que pasan a integrar la lista de derechos humanos ya consagrados para todos. En nuestro caso no es tan sencillo, si vamos a hablar de derechos legales. Conceptualmente, cuando se habla de “derechos” suele hacerse referencia a los derechos legales. A su vez, podría darse el caso de que se otorguen verdaderos derechos sin partir de una teoría de derechos morales, digo, como la clásica de Tom Regan. 

Por esto, a la hora de hablar de derechos legales, cualquiera sea la postura ética que asumamos, debemos entender dos cuestiones: 1ª) El ordenamiento jurídico vigente diferencia a las personas de las cosas. Los otros animales son clasificados como cosas, que son objetos de derechos; por lo tanto no tienen derechos porque solo las personas, sean físicas o jurídicas de cualquier tipo, pueden tenerlos. La legislación ha ido receptando su sentiencia a través de las normas de protección y bienestar animal, la cuales suelen estar fundamentadas en la protecciòn de  intereses humanos, como evitar la extinción de una especie o condenar la crueldad implìcita en el mero “matarlos por solo espíritu de perversidad” como establece el artículo 3 de la ley penal 14.346, de Argentina, tipicando uno de los casos de crueldad. Las cosas, aun cuando pasaran a denominarse “seres sintientes”, mientras sea factible su uso y apropiación por parte de las personas, tendrán un valor instrumental, lo cual no significa que esa denominación, caso de que fuera receptada en la normativa vigente, pueda ser incorporada en la articulación de los fundamentos que un juez recepte en su sentencia al aplicar una norma proteccionista. Pero si los otros animales no tienen derechos, discutir el “derecho” a una muerte sin dolor, por ejemplo, es patético desde varios puntos de vista. En Europa y EE.UU. se habla y escribe acerca del derecho al bienestar animal, es decir: el derecho a ser usado “humanitariamente.” Estas normas integran el llamado Derecho Animal, sumadas a diferentes clases de leyes que son parte del derecho civil, penal, etc., que dan cuenta del derecho como realidad social. Este el núcleo que da origen a la teoría abolicionista desarrollada por Gary Francione, y que muchas veces se tergiversa o solapa con su base filosófica. 2ª) No necesariamente tiene que liberarse a los otros animales por la vía de los “derechos.” Incluso algunos autores dudan de que un sistema pensado para someterlos pueda ser el que los libere. Pero también es dudable que si mantenemos un orden jurídico que otorga derechos fundamentales a los humanos se pueda llegar a proteger realmente los intereses de los otros animales sin otorgárselos. A su vez, en todas las campañas que organicé y participé, si usé el término derechos fue por esa fuerza político-social que despierta, ligado a un concepto de justicia. 

Revirtiendo la idea, puedo acaparar a su vez la atención hacia el lugar donde reflexionemos acerca de nuestra relación con la animalidad en su totalidad, incluso la que nos habita, y luego pensemos en nuestros deberes hacia ellos y ellas. Entonces la pregunta nos exige pensar(nos) en nuestro ser/hacer hacia quienes no podemos siquiera entender cómo piensan/sienten: la mente animal no humana es un misterio mayor que la nuestra. Participo de la idea de que la mente de cualquier ser sintiente no es producto aislado del cerebro, sino que el cerebro la sostiene con un determinado cuerpo, con determinados medios de percepción. Y no, no es posible, nunca sabremos qué es ser un murciélago.

¿Dónde concluyen los derechos para los no humanos? Garantizar vida,  integridad y libertad (y lugar para ejercerla) son esenciales, pero ¿crees que entraría en el debate el concepto de dignidad?, ¿de qué modo crees que se pudiera violar la dignidad de los no humanos?

                Pienso en el camino inverso: porque tienen dignidad les deberíamos otorgar ciertos derechos básicos, comenzando por el hecho de que dejen de ser usados como medios para fines humanos. No es posible sentarse a debatir sobre qué derechos básicos tienen mientras estén sujetos a un régimen de esclavitud, pues la propiedad es un derecho humano altamente protegido.

                Pero observemos el tema desde otro lugar. 

                La gran identificación que desde la Revolución Francesa iguala a la máscara –de donde proviene el vocablo persona-, con el Hombre, no debe hacernos olvidar que el vocablo rescata lo racional del humano. Jackes Maritain así lo definió cuando redactó la Declaración Universal de 1948, al considerar a la persona como cualificada por la soberanía que todo hombre ejerce sobre su parte animal, de la que se convierte en “dueño.” Más tarde, el poder que decide quién es o no persona o cuasi-persona, trazó los confines que delimitaron las zonas donde moraban quiénes podían o no vivir, incluso de quienes podían ser “matados” en vez de “asesinados.” Ahora bien, si la sensibilidad es una adaptación evolutiva que permitió la supervivencia de los animales de una determinada manera en el planeta, es porque esa sentiencia es sierva de la vida. 

El vegetal –y lo vegetativo en el animal─, se tiene que contentar en la clausura que implica su relación con el mundo. El animal, permitime el término, se torna proactivo, de manera que modifica y es modificado por el entorno de manera proyectiva/afectiva. En el máximo del desarrollo racional que se da en el animal humano, donde cobra posición central la “persona”, ¿acaso lo voluntario no está sostenido y tal vez gobernado por las sensaciones más profundas que residen en lo orgánico? Lo racional ─magnificado en su concepción personalística─ sería un instrumento de auto conservación de lo orgánico individual. Un instrumento de lo más importante: la continuidad de la vida. Así que a la razón se le caería el primer premio en el certamen de lo más digno. A fuerza de entronarla, desvirtuamos su uso, o directamente dejamos de usarla.

Una de mis escritoras preferidas fue Marguerite Yorucenar (vegetariana), redactó  -a su pesar-, la primera Declaración de los derechos animales (http://www.me.gov.ar/efeme/diaanimal/derecho.html), en la que se mencionaban sus derechos fundamentales, aunque también aplica el utilitarismo de Singer. En el punto b del artículo tres ¨Si es necesaria la muerte de un animal, ésta debe ser instantánea, indolora y no generadora de angustia¨, pues abre interpretación acerca de lo ¨necesario¨, el 6b ¨ El abandono de un animal es un acto cruel y degradante¨, el 7 se refiere a los animales ¨de trabajo¨, el 8 regula su uso en experimentación , el 9 su uso ¨para consumo¨ y así sucesivamente, hasta tal extremo que los principios fundamentales de los primeros puntos quedan completamente anulados por las observaciones de los siguientes puntos. Creo firmemente que es hora de escribir una nueva Declaración Universal realmente basada en los intereses de los no humanos, basándose en el aspecto sensocentrista e incluyéndolos verdaderamente en nuestra esfera ética. ¿Te interesaría redactarla?

Escribí mi opinión acerca de esta Declaración bienestarista, como así también lo que sucede en general con cualquier tipo de declaración que no obliga a la subsiguiente sanción de normas en consecuencia con ella. Escribí un breve artículo al respecto.

En realidad, hace mucho que hay una nueva Declaración. Aquí su texto que traduje con autorización de sus autores: Declaración Universal de los derechos animales. No creo que tenga sentido ir más allá en lo que respecto a un enunciado por ahora tan “verde.” 

Marguerite escribió algunas frases maravillosas respecto de estos temas, como corresponde a lo terriblemente buena escritora que fue. Creo que su posición, viviendo en estos tiempos, hubiese sido más radical, aunque no lo sé. El tiempo, como ella diría, es un gran escultor.

                Que incluso conjuga sus obras desde la perspectiva de Mishima contemplando el vacío.
Hablando de las consecuencias que los alegatos de los animales no humanos ( emitidos por nuestra voz ) y desde una visión sensocentrista ideal del mundo, las humanas veganas estaríamos éticamente legitimadas para consumir por ejemplo insectos, esponjas, moluscos... e incluso cadáveres humanos o cuerpos de personas que padecieran un coma irreversible (con el consentimiento de sus allegadas). ¿Por qué crees que no lo haríamos? 

                Aquí habría que distinguir dos casos. El primero tiene más bien relación con la pregunta por el carácter de sintiente de ciertos animales como los insectos, en la medida en que tengamos una posición sensocéntrica. Las abejas tienen casi un millón de neuronas interconectadas de maneras aun desconocidas, con una densidad neuronal de cerca de diez veces mayor que la de los mamíferos. Preferiría darles el beneficio de la duda. Igualmente para esos animales de los que se sabe bien poco, como las esponjas. A mi juicio, aunque la sentiencia sea un factor clave, en cuanto a cómo deberíamos vivir, creo que: “¡hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, de las que se sueñan en tu filosofía!...” Puedo comenzar por no apropiarme de la vida sintiente y más allá derivar una filosofía que tal vez no sea tan normativa sino que apunte a qué clase de personas deberíamos ser.

                “Somos dioses cuando soñamos y mendigos cuando pensamos”, también creo que el principio de caución es indispensable. Si bien hay que aplicar ciencia no hay que olvidar que en ciencia nada de lo que “es” deja de ser tarde o temprano un “parecía que era”. La ciencia, la cultura, ciertas leyes, los lenguajes... son todos orgánicos, tanto como nosotras, sujetas y obligadas a cambios...

El segundo caso tiene que ver con la aversión al canibalismo y la “dignidad” de la persona humana, como así también con todo lo que la comida tiene de simbólico para nosotros, eso que nos lleva a convertirnos en comensales, porque hacemos algo más que alimentarnos para obtener nutrientes: nos reunimos alrededor de una mesa para compartir la comida con otro(s), dentro de actos sociales que incorporan esa reunión como lazo familiar, amoroso o de amistad. Comer carne humana es tabú, mayor que el que en Occidente integra también el comer a perros o gatos, con quienes mantenemos cierto tipo de relación. Aquí es donde se nota bien un uso moldeado a imagen y semejanza de las necesidades humanas, porque se define una especie como comestible y a otra, con características biológicas similares, como compañía. Es lugar de oportunidad para quienes suelen querer introducir el relativismo ético. Pero nadie se come a sus padres, como cuenta Herodoto que hacían unos indios de la tribu de los calatias. El cuerpo humano no es “carne.”

¨La carne¨ es un nombre perverso que creamos para definir algo que es considerado como un producto de consumo más. ¿En qué crees que consiste la falsía de dicho nombre y del concepto que conlleva?

                La palabra “carne” hace desaparecer al animal real, borrando las huellas de la complicidad en un asesinato. Estamos preparados para no pensarlo así, porque nos enseñan que a los otros animales se los mata, no se los asesina. Y para qué recordar aquello de que el animal no muere, de que solo el humano lo hace habida cuenta de su concepto/conciencia de la muerte. Pero como la tradición filosófica occidental secularizó con Kant el tomismo que indicaba obligaciones indirectas para con los otros animales, estamos repletos de leyes ─y en mi caso, de algunos colegas─ que afianzan el concepto de que hay que respetarlos porque dañar a los animales es indicio de posibles futuros daños a seres humanos. No es que les debamos algo a ellos y ellas, dijo Kant, sino que la crueldad debe rechazarse porque preludia agresiones a seres humanos, con quienes sí tenemos obligaciones directas. Así que cuidado. Ya lo dijo el FBI, a través de su famosa trilogía inculpadora ─que aún no se ha podido probar─: el asesino serial tiene antecedentes, es incendiario y/o tiene incontinencia urinaria en una edad en que ya no corresponde, y/o es cruel con los animales. El mensaje de un defensor de los animales no debería coquetear con esta idea que tanto nutrió y nutre al bienestar animal. Ni siquiera sería una estrategia inteligente. Y todo esto sin mencionar el boomerang que este argumento puede representar.

                Carol Adams nos familiarizó con la “estructura del referente ausente”, por la cual el nombre y el cuerpo del animal desaparecen para convertirse en eso llamado “carne” o en un subproducto comestible. El animal real pasa a ser un referente ausente. Alrededor de los ’50 la industria ganadera instaló sus productos como parte de los 4 tipos básicos de alimentos “necesarios” para una buena nutrición, dándole un gran empuje a sus productos, tan globalizados a partir de la invención de la hamburguesa dentro del carril de la comida rápida. A principio de siglo, sin embargo, había unos 20 tipos de alimentos. Hace poco se alivió el peso del tema en relación a las proteínas: tenemos un plato, ya no una pirámide, y en ella se habla de “proteínas”, las cuales pueden provenir de fuentes vegetales. Como digo en “Creando necesidades innecesarias: la invasión láctea”, se incita a cubrir una necesidad, pero en realidad se está instalando una simple costumbre a partir de crear un gusto por los productos animales,  impulsando una costumbre gastronómica para la comensalidad y un producto asociado a lo saludable. Si como defensores de los no humanos hay una muy buena justificación para no ingerir productos animales, como personas que necesitamos incidir en un cambio social de mucha magnitud tenemos que trabajar también en el cambio de paradigma nutricional, incluyendo en él la ética que rechaza el uso de los otros animales, de manera que la mentira de la “carne” desaparezca.

Las niñas humanas se comportan a menudo como los no humanos, torturando y asesinándolos. ¿Qué tipo de medidas se podrian aplicar para que ello no sucediera? Por supuesto la educación es básica, pero existen muchos casos donde las niñas humanas, como reacción al totalitarismo de las adultas y a sus espaldas, infringen daños a personas más inocentes, generalmente del mundo animal no humano y frecuentemente a animales llamados domésticos...

Las niñas y las adultas. Y también pueden torturar o matar a otros humanos si es un asunto de reacción por problemas psicológicos. Por lo tanto, es un problema más general que implica soluciones más profundas. Lógicamente, en el campo de los no humanos encuentran mayor impunidad al hacerlo, pero nuestra tarea no es diferente por el hecho de que alguien tenga patologías específicas. Nuestra tarea es movilizar, provocar la reflexión, desalienar, quitar los disfraces e incidir en pos de cambios sociales que posibiliten la consideración moral en relación a todos los animales no humanos. La otra mirada se enseña, y el veganismo puede ser a su vez un ejemplo básico y directo de enseñanza. Pero como todo el aparato institucional va a contramarcha, a veces ocurre que, lamentablemente, el activista se encierra en una especie de causa de grupo, como si se olvidara del objetivo. Aparecen dos desviaciones del mismo. La primera, ceder a la tentación centrarse en “los veganos”, como si se tratara de juntarse entre amigos o constituir una opción de grupo. La segunda, al realizarse campañas parcializadas que resultan de una suma de “estar en contra de …” El resultado es un caos en el mensaje que recibe el público y en las situaciones internas que se presentan entre los mismos activistas. También encuentro confusión en las líneas de discurso: no se puede decir lo mismo a todos o en cualquier lado. Y para defender la promulgación de una prohibición legal en una Legislatura, tengo que ser una abogada defensora de ese proyecto como parte de un entramado ético-legal de fondo que también lleve a esa zona la política antiesclavitud. De lo contrario no estoy politizando el movimiento, como tampoco lo estoy haciendo si busco cerrar una puerta acá mientras sé que se están abriendo otras allá. Construir una sociedad donde no se use a los otros animales como recursos no se agota en difundir el veganismo: hay que minar esa invitación a usarlos permanente que supone el especismo como ideología, es decir, la propiciada por los intereses creados. Es algo parecido a poner a un humano en situación de escucha respecto de estos  temas, porque no pueden hacerlo si tienen la cabeza ocupadísima con esas ideas imperantes que ni siquiera se han puesto a entender. Si además pretendemos una dación de “derechos animales” en un planeta que sigue siendo polucionado y destruido exterminándose directa e indirectamente a los que lo habitan, ¿de qué movimiento estamos hablando? ¿De uno donde no haya animales domésticos como reza el abolicionismo ortodoxo ni tampoco salvajes o donde queden algunos confinados en “reservas”? Hay que trabajar en los dos frentes, el educacional y el sociopolítico. Pero el cambio pasa por el cambio en las personas, porque como están dadas las cosas, el abolicionismo puede ahogarse entre “protestas.” Sé que es posible demandar prohibiciones concretas, pero debería hacerse sin desmantelar el fundamento abolicionista (prohibiciones y “aboliciones” que remiten al fin fin de la esclavitud animal en general), remitiendo a programas holísticos y en su caso, cercando la actividad con medidas, por ejemplo, impositivas. Eso sí, cada vez que, en la búsqueda de la consecución de estos objetivos, llegue masivamente un mensaje relativizado o parcializado, se estará perdiendo un tiempo irrecuperable para luchar por las ideas de la liberación animal.

El trato humanitario ¨real¨, es decir, el uso de animales no humanos que pudieran teóricamente ser tan bien tratados como puedan estarlo los no humanos que viven con nosotras en casa, por ejemplo una gallina rescatada de una granja, ¿es legítimo?.

Si ingresamos un animal no humano que hemos rescatado, de cualquier especie, simplemente corresponde que pueda vivir de la manera que pueda, que será dependiendo de nosotros. Otra cosa es preguntarse si, no habiendo esclavitud animal, deberíamos dejar que subsistan o no los animales domesticados “bien tratados.” Estaré hablando de esto en un próximo ensayo/conferencia.

Ana María Aboglio. Diciembre/2013


 

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